Hay dos horarios ideales para aquellos que quieren subir a los Valles o bajar sin demasiadas demoras: la madrugada o la noche, después de las 23. Son momentos en los que suele producirse una reducción importante en el tránsito que circula por la ruta 307 y eso permite que el viaje sea más ágil. Sin embargo, son cada vez más los conductores que prefieren soportar los “trencitos” de vehículos que se generan durante el día. El motivo: amparados por las sombras de la noche, los animales sueltos que invaden la ruta se vuelven mucho más peligrosos.
Se ha escrito mucho sobre el problema que representan las vacas y los caballos que ocupan las banquinas y que deambulan por el camino. Sin embargo, los años pasan y el problema no se resuelve. En las últimas temporadas se pusieron en marcha algunas acciones que generan algo más de seguridad. Por ejemplo, quienes hayan veraneado el año pasado allí habrán advertido que una camioneta de llamativo color naranja recorre la ruta y espanta a los animales que se encuentran en las inmediaciones de la cinta asfáltica. También se ha visto a policías montados que enlazan a los vacunos y yeguarizos que se mueven cerca del camino.
De todos modos, nada de esto alcanza, porque las tropillas de caballos pueden ser divisadas con facilidad en distintos puntos de la 307, especialmente en el tramo que va desde El Aluvión, en medio del cerro, hasta el Infernillo. Cabe destacar que en otros tramos este problema es mucho menos frecuente. Varias veces se dijo que hay que buscar la raíz de esta situación en una cuestión cultural. Históricamente, los habitantes del valle dejaban libres a sus animales para que estos pastearan donde encontraran pasto. El problema es que con el crecimiento urbano, los loteos y los alambrados, estos espacios quedan reducidos a unos pocos potreros o a las banquinas de la ruta. Inclusive -y aunque parezca inverosímil- no es raro ver caballos que buscan comida en la basura domiciliaria o en los tachos de residuos municipales que se encuentran en distintas calles, como la “bajada del hospital”, por ejemplo. O vacas que se meten en los jardines de las casas cuyos dueños dejan los portones abiertos y que no cuentan con guardaganado que los detenga.
A todas luces, la prevención no alcanza, porque es evidente que por más operativos y campañas de concientización que se realizan, el problema persiste. Tampoco la penalización, porque rara vez los secuestros de animales sueltos terminan en algún castigo económico para sus dueños.
Tal vez sea el momento en el que las autoridades deban aguzar el ingenio para encontrarle otra solución a la cuestión. La adquisición de más camiones para transportar los animales secuestrados puede ser una opción: si el propietario de un caballo o de una vaca sabe que si su animal es atrapado junto al camino puede ser trasladado a alguna dependencia policial en la capital y que va a tener que pegar una multa para recuperarlo y volver a llevarlo a Tafí (con todos los costos que esto implica) es posible que piense dos veces antes de soltarlo otra vez.
Otra opción puede ser observar qué ocurre en otros destinos de la región, como los valles Calchaquíes salteños o la Quebrada de Humahuaca. Se trata de espacios rurales, como Tafí del Valle, pero en los que no se ve tanta cantidad de animales sueltos como en tierras tucumanas ¿Qué se hace bien allá que se pueda copiar en Tucumán? Quizás la respuesta a esta pregunta pueda ayudar a entrever una solución.
Creemos que lo importante es que se entienda que una ruta peligrosa nunca podrá desplegar todo su potencial turístico, por más que el entorno sea un paraíso. Es tiempo de terminar con un problema de larga data que pone en riesgo miles de vidas año tras año